¿Quién quieres ser cuando mueras? ¿Te lo has preguntado alguna vez? Puede que no, que pienses que con la muerte se acaba todo o que le temas y prefieras no pensar en eso. En general, nos centramos en lo concreto y en lo que aparentemente podemos controlar: el hacer. Por eso, la pregunta que se hace la mayoría normalmente es: «¿Qué quiero ser (profesionalmente)? ¿Cuál es mi propósito?». Y nos olvidamos del quién, del ser, que vive y trasciende.
Para mí, el camino espiritual consiste en vivir al filo de la mortalidad y la eternidad, conjugando el ser divino y el humano para crecer en amor y poder coexistir con la paradoja de la luz hecha carne; para vivir plenamente y en integridad con nuestra alma.
En mi caso, ser consciente de que la muerte es parte de la vida me permite reencontrar el foco, conectar con lo esencial y volver a estar presente en ella cada vez que me pierdo. Así puedo profundizar en la persona que quiero ser, así como en cómo quiero vivir y relacionarme con mi entorno. En mis manos está el poder experimentar el cielo en la tierra.
Hace unos años, en momentos intensos de sufrimiento y tormenta, cuando me extraviaba en mis pensamientos y me agitaba estresada, perdiendo la paciencia con mi hijo o sin prestarle atención, comencé a preguntarme: «Si esta es la última vez que estoy con él, ¿cómo quiero que sea? ¿Qué quiero que recuerde?». Lo que marcó la diferencia y me ayudó a iniciarme en el camino de la serenidad.
Con el tiempo, ser consciente de mi mortalidad me ha permitido redefinir lo que es importante para mí y aumentar mi compromiso de participar en la vida desde la paz y el amor. También me ayuda a ser responsable de usar el poder de la pausa para elegir mis respuestas a lo que ocurre de forma más consciente. Esta es la base de mi práctica espiritual: honrar la luz que soy y somos, aspirando a ser mejor humana en cada instante.
Mi sendero lo nutro con silencio mientras aprendo a escuchar tanto a mi cuerpo como a todo lo que me rodea. Para ello, me apoyo en el qigong, que es una forma de meditar en movimiento que ayuda a la autoobservación y al autoconocimiento en todos los niveles (físico, mental, emocional, energético y espiritual). También facilita el restablecimiento de la conexión con el mundo natural y el invisible, para volver a sentirse parte del gran misterio.
Mi invitación es a que explores prácticas contemplativas que te permitan la autoobservación, el autoconocimiento y la conexión, tanto personal como en comunidad. Hay una gran variedad de posibilidades: la meditación (sentada o en movimiento), cantar, crear música, escribir, admirar la naturaleza, peregrinaciones, retiros, voluntariado, etc. Tú, experimenta y ábrete a la vida para que la muerte te reciba completo.
Te comparto este extracto del Libro tibetano de los muertos como inspiración para que te atrevas a emanar tu radiante luz y a habitar tu vida en cuerpo y alma:
“Oh, [tú], con tu mente lejos, pensando que la muerte no llegará. Encantado por las actividades sin sentido de esta vida. Si regresaras ahora con las manos vacías, ¿no se habría confundido [completamente] tu propósito [de vida]? Reconoce qué es lo que realmente necesitas. ¡Es una enseñanza sagrada para la liberación! Entonces, ¿no deberías practicar esta divina enseñanza, comenzando desde este mismo momento?”.
Con amor desde mi ser luminoso al tuyo,
Gabriela